Las palabras reencarnan
en miserables intentos
de personificar la realidad,
cuando intento describir
aquellos sentimientos.
Sentimientos tan intensos
que despojan al oxígeno de su lugar;
sentimientos tan indescriptibles
que exhortan al cuerpo
a deleitarse en su expresión.
Esos segundos,
donde las imágenes proliferan
y los ansiosos labios
se encadenan a la resignación,
sin articular nada.
Esas sinceras sonrisas
que emergen del corazón,
y se aferran al espíritu.
Esas miradas que conversan,
que exponen al inconsciente,
que cuentan historias
y confiesan afanes.
Ese lenguaje que desintegra máscaras
y que abraza a la certeza;
una amalgama impetuosa
que se percibe sutilmente.
Fabiola Chaves Jiménez
23/06/2010
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